Obsolescencia programada de tres tiempos (con crítica de Fernando Castro)

Hoy se entregaba en clase de Contra-Ediciones el primero de los encargos previos al PFC: una maqueta-ensamblaje. Según el enunciado de Miguel Mesa, la maqueta podía ser "un objeto a escala, un borrador, una instalación, un objeto multiescalar, un hiperobjeto, etc. Obviamente no es necesario que sea la maqueta de un edificio o de un espacio urbano". En cualquier caso debía convocar cuatro materiales distintos, cuatro tecnologías, cuatro instituciones, cuatro localizaciones y cuatro entidades audibles. Además en la corrección en el Aula del Máster participaría el crítico de arte contemporáneo y profesor de Estética en la Autónoma de Madrid Fernando Castro Flórez.

Desde mi PFC quiero abordar la institución museo como instrumento legitimador de la Ilustración y la Modernidad, relatos vertebradores del actual orden político. Hoy las esferas de lo laboral, el ocio o los cuidados se han macleado y la desigualdad de rentas también afecta al reparto de los usos del tiempo. "Ya no tengo tiempo" es una frase constante entre quienes ahora trabajan entre ocho y doce horas al día. Aprovechando la visita de Fernando Castro, decidí aproximarme desde la investigación artística a la experiencia temporal para abordar la pobreza de tiempo y cómo la institución-museo legitima el actual orden político.

Para ello, ensamblé todos mis dispositivos tecnológicos que dejaron de funcionar en los últimos tres años con una traca de diez metros de longitud, con un petardo cada medio metro y un masclet en el extremo final. La explosión celebrada en el campo, fue retransmitida en directo por Instagram y grabada por dos cámaras de vídeo. Posteriormente se acotaron y dibujaron los restos de la explosión para trasladarlos a clase el día de la entrega, en la que se percibieron las tres subjetividades desde las que se percibió la explosión: in situ el día de la explosión, en directo virtual el día de la explosión y en diferido en clase a través de los restos de la explosión. El tiempo real, el virtual y el reconstruido.

 

Mi entrega fue la primera en abordarse y provocó una larga crítica de Fernando Castro, con la que doy por cumplida la aproximación artística al proyecto. Para iniciar su disertación sobre la Modernidad, Castro se situó en DisneyWorld, Ronchamp y Nagasaki de los años 50. Desde el discurso crítico-estético de los contemporáneos Tafuri y Cacciari, el abandono de la estética y la historia y trabajos como el Radical Cities de Justin McGuirk.

Castro también me recomendó analizar el situacionismo de McKenzie Wark y los ensayos de Joan Fontcuberta, en una época de las imágenes en la que el poder implica hackear drones que sobrevuelan Gaza. ¿Qué es lo contemporáneo de la cultura contemporánea?

Castro desplegó un largo linaje sobre la destrucción del arte y la iconoclastia, desde el Festival de destrucción de arte DIAS organizado en 1966 por el African Center de Londres con obras como el ZAJ de Juan Hidalgo. Cmo se cuenta en Rastros de carmín. Historia secreta del arte, probablemente de este festival brotó la destrucción de guitarras luego escenificada por el heavy metal o la música rock.



En cambio, en los fotomontajes de Dionisio González se percibe como la cultura occidental tiende a la fosilización frente al dinamismo. Además de recomendarme los apuntes de Foucault sobre arqueología, Castro prestó atención a la forma de catalogación basada en la taxonomía de los ordenes naturales propuesta por Linneo.

El crítico de arte consideró que esta acción tendía a la fosilización y la violencia reaccionaria, lo que no mantiene la energía de la acción. "Desplegar una actitud iconoclasta sobre un dispositivo obsoleto es un brindis al sol. Hay que explotar las cosas que nos duelen que exploten", añadió Castro. Porque "el arte degenera cuando se acerca a la pirotecnia", si reventamos un objeto obsoleto no hay cuestionamiento alguno. Un teclado obsoleto no es un objeto etnológico que interese en una colección arqueológica.

Castro apuntó entonces el imposible enunciado del MuVIM, ya que la Ilustración nunca fue española o valenciana sino afrancesada. Vinculada a la experimentación del tiempo, propuso atender al acontecimiento con experiencias como la de Robert Smithson, documentador de la energía perdida de las ruinas a través del land art, que geometriza la energía de la ruina frente al carácter impuro del paisaje. Por ello quizás es más interesante analizar un "registro notarial" que lleve a una topología de la catástrofe.



Además propuso la Teoría General de la Basura de Agustín Fernández Mallo (reseñada en su canal de Youtube) donde toma el residuo como metáfora para abordar el fragmentarismo romántico de la Modernidad. Castro también abordó la ceremonia americana del Potlach en la que se queman regalos y realizó un paralelismo con les Falles: "cuando destruyes estás exhibiendo tu poder". Así ante la economía acelerada contemporánea, se necesita un ensamblaje cosmopolítico que acumule economía; en este caso falla la performatividad al destruir lo obsoleto. Atendiendo al origen del MuVIM, Castro planteaba que "yo no puedo ser transgresor si mis padres ya son transgresores".

En ese sentido, apuntaba a una vuelta al Romanticismo como reacción a la Modernidad: "como decía Heráclito 'el mundo más bello...', la estética de la ruina es reaccionaria". Frente a esto destacan actitudes como la de Baudalaire ("El hombre de la multitud") o Ángel González García ("La ruina huele a podredumbre").



Centrándose en la institución-museo, Castro recomendó el artículo de Borja-Villel en la revista Carta "¿Pueden los museos ser críticos?", en la que propone habitar el problema desde el participacionismo. Para Castro, la organización política del proyecto implicaría una explosión (con la contemplación de la ruina) o una implosión (con un núcleo energético que corte fisuras para respirar). ¿El museo debe superar su institucionalidad o acabará fosilizado? Hay que romper el bloque generacional para no ser esclavo de la norma.

¿Quién habita el museo? En el caso de las autovandalizaciones de Matta-Clark en un centro del Bronx, "habitaba el espectro de la arquitectura de su padre y de su hermano". Otro punto de vista desde el que abordar la situación es la biorritmia -"la teoría de cómo vivir juntos"- o la dromología propuesta por el urbanista Paul Virilio ("el tiempo es el arte tecnológico"). La clave es crear un patrón espacial-temporal para abordar la cuestión, no pretender dar que hablar sino que se convierte en una pièce de résistance.

La frugalidad del tiempo también fue estudiada por Paul McCarthie en Venecia. Además del mito de Pompeya y Herculano, Castro acabó la disertación sugiriendo un "catálogo de acciones arquitectónicas" que recogiera los dispositivos arquitectónicos que marcaron la segunda mitad del siglo XX en España: el pantano de Franco, el pabellón/museo de González y el hospital privatizado de Aznar.


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